sábado, 22 de septiembre de 2007

La liebre y las ranas


Meditaba una liebre en su madriguera: ¿en que pasar el tiempo, allí, a solas, sino en continua cavilación? Sumida estaba en el mayor aburrimiento: su natural es triste y medroso por añadidura. “¡Que gente tan desdichada es la asustadiza! Nada le hace provecho; no hay dicha completa para ella; siempre en continua zozobra” Así vivo yo: este maldito miedo no me deja dormir más que con los ojos abiertos. Corregíos, dirá algún docto maestro. Pero ¿hay alguna panacea para el miedo? Yo presumo, a decir verdad, que los mismos hombres tienen tanto miedo, o más, que nosotras las liebres.”

Tal pensaba, sin dejar un momento el atisbo. Estaba inquieta y temerosa: un soplo, una sombra, un nada, le daban calentura. El triste animalejo, cavilando de esta suerte, oye un ruido, y aquella fue la señal para echar a correr. Corriendo y más corriendo, paso junto a una charca. ¡Allí fue Troya! Por todas partes, ranas saltando al agua, y escondiéndose en el fango.
“¡Bueno es esto! Exclamó la liebre: ¡tan asustadiza como voy, aun asusto a los demás! Mi presencia ha sembrado el pánico en el estanque. ¿Desde cuándo valgo tanto? ¿Cómo es que hago temblar a tanta gente? ¿Seré un héroe? No es que siempre, en este mundo, pasó lo mismo: a un cobarde, otro mayor.”

1 comentario:

armario. dijo...

: )
has visto las ilustraciones de Grandiville ?